No deberías
caminarme en círculos sabiendote tan cerca del abismo,
que el vacío
pudiera parecerte
un cielo mal herido
al que aferrarnos
rompiendo el universo
contra el suelo.
Al final, los sueños
se negaron al deseo.
Me quedé temblando
mendigando un firmamento
entre sabanas de hielo
-a dos metros de ti-
humillado como un perro
abandonado en la tormenta.
En los amaneceres,
de la ecuación irracional
que resuelven las palabras cuando fluyen,
respiras la llama
que maneja los trazos
de este incendio de huesos.
Libre al borde de la muerte,
como animal herido
que se aferra a la tierra
protegiendo sus raíces.
Como faro en la tormenta,
el sueño intacto sobre el azul
de la memoria que se duele
señalando el camino de regreso
hasta la orilla
que dio rumbo a nuestras vidas,
unidas para siempre
y sin saberlo
al porvenir y los antojos
caprichosos del destino.
Desde sillones incendiados de penumbra,
es fácil cambiar el mundo, caminar descalzo en la pobreza,
devorar el hambre,
su miseria
y la canción desesperada
de quien lo ha perdido todo.
Pero lo cierto és que el poeta miente.
Ningún poema llenará tu vientre
-ni si quiera este-
aunque sangren sus palabras en la herida
o se alce como un puño ante tus ojos
reclamándole al presente una salida
donde vengan a morir sin pronunciarse
todas las mentiras.