Todo sucede,
incluso lo eterno acota su camino,
dejando tras de si
el rastro extraño que define al hombre,
el atardecer lejano al que regresas
vencida
por el terrible temblor que conlleva el olvido
y donde
de alguna forma insensata
o de algún modo casual y perverso
-como dioses destronados-
tristísimas luciérnagas azules
desmienten los trazos
que las hicieron mortales.
Y este resulta el fin:
el aleteo banal de la memoria
anclada en el vértigo,
incesante,
reconstruyendo las ruinas
al antojo de unos ojos
que no ven mas allá de sus párpados.
miércoles, 24 de octubre de 2007
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